El sábado estaba sentado a la puerta de la biblioteca mientras Lolita dormía a mi lado y Enesto daba un paseo por los quioscos. De pronto lo atacó un perro grande -un labrador diez veces más grande. Ernesto se puso a gritar y escapó. Lolita despertó y se puso a ladrar contra el agresor, pero sin atacarlo ni avanzar.
Era tan claro que le estaba reprochando que le pegara a Ernesto.
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