Roberto Pato vivía en el amplio jardín de una vieja casona en Viña del Mar. Solía asomarse por entre las rejas que dan a Viana. No sabemos cuándo fue abandonado allí. Lo trasladamos a casa el domingo trece de abril.
Es un gato negro, flaco. Pensábamos que tenía tres meses, pero Roy el veterinario nos dijo que tenía seis, como mínimo, pues ya tenía sus dientes definitivos. Nos dijo que no crecería mucho. O sea, que es un gato enano, casi la mitad de la Punga.
Roberto no hablaba (es decir, sólo emitía un sonido, entre gemido y maullido), no jugaba ni miraba para arriba. Los primeros dos días estuvo recluido en un tipití que perteneció a la Punga, en la despensa, detrás de la cocina. No se asomaba por nada del mundo. En la despensa instalamos también su cagadero.
Empezó a salir poco a poco. Finalmente trasladamos sus cuencos para comer junto a los de la Punga, en el pasillo de la cocina. Así lo fuimos acercando a los otros cuartos. Pero una consecuencia, sobre todo en los primeros días, es que se comía sus platos y los de la Punga. Así, para que la giganta pudiera disfrutar de su ración de atún, tuvimos que encerrar a Roberto nuevamente en la despensa durante la colación.
Ahora habla más; tiene varios registros adicionales que no le conocíamos.
Ahora mira para arriba.
Y juega. Al principio, si le deslizabas una pelota, escapaba a su tipití. Ahora persigue a esas malditas pelotas. Hoy estuvo dándole manotazos al ratón marrón que colgamos del pomo de la puerta de la cocina. Casi media hora estuvo pegando manotazos y brincos y ocultándose al otro lado de la puerta y atacando por sorpresa al roedor. Quedó agotado. Y se echó a dormir.
Suele echarse junto a los cuencos. Decidí quitarle el pedazo de cartón que habíamos puesto junto a los cuencos para evitarles el frío del suelo. La táctica resulta: ahora no se queda haciendo guardia.
Al principio, si le llevábamos a la sala, salía escopetado de vuelta al tipití. Ahora se echa en un sillón, que ha acabado siendo el suyo. Ahí duerme ahora, aunque conserva su tipití.
La Punga lo estuvo evitando al principio. Se fue acercando a él poco a poco. Antes de ayer empezó a acercársele más. Ayer se le acercó a casi veinte centímetros. Al principio, Roberto se engrifaba y gruñía. Pero ayer se la quedó mirando fijo, sin moverse.
Es valiente, Roberto.
La Punga se le lanza encima, y se para justo antes de llegar a él. Quizá piensa que Roberto va a salir escapando. Pero Roberto se queda tieso, como si nada. Aunque hoy escapó y se metió debajo de un mueble. Ahí la Punga ya no pudo llegar a él.
Hoy en la tarde, de repente, Roberto Pato se lanzó encima de la Punga, que salió escopetá.
Han pasado apenas siete días.
La Punga se ha acostumbrado a su presencia y está felizmente muy relajada. Ahora si la acaricias al pasar, te da un lengüetazo, como antes. Pero durante los primeros días de Roberto, si la acariciabas, se echaba para atrás y trataba de esquivarte, o te lanzaba un manotazo.
Teníamos que salir y temíamos lo que pudiera pasar con los felinos en casa. Pues nada, volvimos y estaban donde los dejamos, durmiendo cada uno en un sillón, frente a frente. Se ve que pasó algo, porque derrumbaron una lámpara.
Antes de ayer Roberto se subió a la mesa, de donde lo espanté. Pegó un brinco y cayó encima de la aspiradora, que se echó a bufar. Aterrado se fue a esconder en su tipití.
No recordamos por qué lo bautizamos Roberto. Pato es porque suele caminar entre nuestras piernas, obligándonos a movernos con extrema cautela -como los patos.
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lunes, abril 21, 2008
Roberto Pato
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