Parte 1.
Antes de ayer Ernesto trató de escapar y Pepa lo sorprendió. Reprochándole el intento de fuga, lo puse en el suelo y se echó a correr hacia la cárcel, que tenía puerta cerrada. Se quedó esperándome hasta que me acerqué y abrí la puerta del canil donde pasaría, en castigo, las próximas horas, probablemente durmiendo en la caseta que hay dentro del canil, encima de un blando cojín. Pues esa es la cárcel, una jaula grande que construimos cuando adoptamos a Amada y Juanito, que tenían ambos sarna y debíamos apartar del resto. Una vez curados, la jaula quedó inútil y hace las veces de cárcel.
Sin embargo, me confirmó que Ernesto y yo compartíamos el mismo código con respecto a la jaula; que el encierro es un castigo severo por faltas graves, como tratar de escapar. Como ya le había castigado algunas veces, estableció la relación entre escapar -tratar de escapar o volver después de la fuga- y el turno en la jaula. Eso me parece extraordinario.
Detesto no poder resolver este dilema: a mí no me parece mal que los perros anden en la calle. Al contrario, creo que tienen derecho a salir a pasear y a ver a sus amigos y jugar sus juegos. También escucho que andar sin supervisión puede ser peligroso para ellos. Es verdad. Pero corren el mismo peligro sin o con supervisión, y a veces todavía más. Si sales con tus perros y los sueltas, como hago yo, en cualquier momento puede uno de ellos correr hacia la calle y morir arrollado por un auto, y ese riesgo es mayor si lo empiezas a llamar para evitar que lo arrollen. También creo que el riesgo es una condición de la autonomía.
Sin embargo, aunque no religiosamente, cuando Ernesto se escapa, lo meto a la cárcel. Incomprensible. Bien, a partir de hoy la jaula no se usará más como cárcel sino como sala de descanso. De hecho, ya la empezaron a usar así. Días atrás, Nora salió de casa al jardín (ahí está el canil) y se metió a la cárcel a echarse una siesta. También sorprendí a Juanito en el canil, una vez que entró clandestinamente al jardín.
Parte 2.
Hace unos días entraron de noche al jardín huerto Amada y Juanito. No creo que Ramón, porque sino los destrozos habrían sido mayúsculos. Pues bien, no destruyeron nada porque se fueron directamente a las trenzas de cochayuyo que había colgado la Pepa para secarlas y se dieron una tremenda panzada, y uno de ellos se comió entera la calabaza de decoración que había puesto yo en el rincón sureste. Se volvieron a dormir y cagar al otro lado -al trastero. Y el jardín huerto quedó intacto.
Parte 3.
Pillé Punguita saltando encima de unos pájaros que estaban parados encima de la parrilla. La reté y se echó a correr hacia el tejado de la casa del lado y saltó pal bosque. Volvió al rato, como si nada.
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