Me he prometido hacerme más tiempo para apuntar las cosas interesantes del día a día de nuestros amigos perros: Ramón, Amada y Juanito (los externos; duermen en el trastero, en cajas con vellocinos y mantas) y Lolita, Nora y Ernesto (los internos), y la gata Punga.
Desde hace un tiempo Ramón ha empezado a entrar en casa. Ahora solemos invitarlo a entrar en la tarde, a la puesta de sol, hasta la cena (segunda comida del día). Hace unos días escuchamos sorprendidos un crunch crunch muy jugoso y sorprendimos a Ramón comiéndose una pera que había sacado de la frutera, que queda a su altura. Ayer volvió a comerse una pera. Parece que las encuentra irresistibles.
Antes, Ramón no comía fruta fresca, cruda (aunque sí cocidas), pero lo ha aprendido de los cachoros (Amada y Juanito). Los dos cachorros comen fruta fresca y verduras como zanahoria o apio, y cochayuyo, fresco o seco. Los adultos han reaccionado de manera diversa. Ramón, que vive con ellos y les imita en todo, ahora come de todo.
Ramón ha aprendido mucho con los cachorros. Yo presiento que llevó una vida muy solitaria, siempre amarrado (todavía tiene la huella de una cadena en su pata) y siempre fuera. Ramón, por ejemplo, nunca quiso entrar a casa. No había modo de hacerlo entrar. Hasta se ponía a aullar en protesta. Fue una sorpresa que aceptara dormir en el trastero (debido a que tenía que cruzar un umbral). Nos tenía pavor. Si yo levantaba la mano para espantar una mosca, se echaba a llorar y se escondía en el cuarto. Todo eso ha cambiado. Ese Ramón ya no existe. Igual sigue muy racatado, excepto en el capítulo peras. Por ejemplo: cuando, estando dentro, presiente que voy a servir la cena, se acerca a la puerta para salir, pues come fuera.
Nota. El otro día entré al trastero a reprender a Amada por algo, que ahora no me acuerdo qué era, y Ramón me ladró. Curioso.
Lolita. Se ha escapado prácticamente todos los días, pese a las ramas con espinas que pusimos en la muralla por la que escapan. Se trata de una muralla cubierta de enredaderas de cerca de un metro de alto. Así, para dificultar su fuga pusimos ramas espinosas en los lugares más bajos. Tenemos todavía un debate sobre el tema 'fuga de los chuchos'. Los chuchos se van a escapar siempre. A mí me parece que tienen todo el derecho de andar libremente por la calle. También tienen sus amigos, y son curiosos, como nosotros, porque son mamíferos. Y ellos no entienden por qué se les prohíbe salir o se les reprende cuando escapan. Es verdad que los coches son un peligro. Ramón fue toponeado por un coche no hace mucho. Felizmente sólo sufrió un moretón. Debería haber más stoppers o lomos de buey en las calles para obligar a los automovilistas a disminuir la velocidad en zonas residenciales. Eso antes que encerrar a los chuchos. Es verdad que, fuera, comen desechos, y pueden enfermar. De hecho, Lolita se ha enfermado frecuentemente en la última semana, en que el pueblo se ha llenado de turistas y las bolsas de los restaurantes se ven más sabrosas que nunca. En fin, que trato de que no escapen, pero no me puedo convencer de la razonabilidad de mis acciones.
Lolita me acompaña a la biblioteca, y me espera las cuatro horas que me quedo allí. La última vez Ernesto se agregó al séquito. Estaba feliz. No se me despegó en ningún momento, y me esperó todas esas horas. No cabía en sí de felicidad.
Lolita se enfadó conmigo hace unos días. Estaba yo sirviendo un tentempié a los chuchos y aparté a Nora con el pie (suavemente, pero firme) cuando se adelantó a ocupar el lugar de Lolita. Lolita se paró. La volví a llamar y entonces apareció Amada, con las mismas intenciones. También la aparté con el pie. Y entonces Lolita se dio vuelta y se marchó y se metió en una caja, y desdeñó la croqueta, pese a que era una de sus preferidas. Me parece que Lolita me ha estado interpretando y me reprocha que los haya apartado con el pie, o quizás pensó que eso era lo que le esperaba, puesto a las otras dos las había apartado con el pie cuando, en su opinión, habían acudido a mi llamado (esto porque, como sabe toda persona que vive con más de un perro, cuando se llama a uno acuden todos, y eso es prácticamente imposible de superar. En el mundo de los perros, esas son malas maneras). Entonces me acerqué a ella y le ofrecí el refrigerio en mi mano, y lo acepto tentativamente, y después acerqué la mano para acariciarle la cabeza y respingó hacia atrás, con desconfianza (!), y luego se acercó y me dio unos besos en la mano. Supongo que fue su modo de decirme que aceptaba mis disculpas y promesa de no volver a hacerlo.
Nora. Hace quizás uno o dos meses pregunté a Nora, que estaba dormitando en una caja en la salita, qué dónde estaba la pelota (una de las dos pelotas de tenis que les traje de un viaje a una ciudad cercana). Nora se levantó y empezó a dar vueltas y finalmente me llevó a mirar detrás del revistero de mimbre, en un rincón. Enseguida le pregunté que dónde estaba la otra pelota y me llevó a abrir la puerta y salir a la terraza, indicándome hacia el patio. Fui a mirar, pero no encontré nada. La pelota la tenía Ernesto, que se la había llevado a su rincón en el dormitorio. Nora entiende un buen montón de palabras, como agua, camita, comida, comer, dormir, salir, paseo. Ayer me enfadé mucho con ella en el paseo porque cuando pasaba algún perro, acompañado o no, se erizaba y empezaba a jalar de la correa aparentemente para amenazarlo. La puse en el suelo y la reté.
Ernesto está ahora mucho más cariñoso que antes, y más dócil. También reclama su derecho a salir de vez en vez. Ahora me mordisquea las manos, que no hacía nunca. Tiene más intimidad conmigo; me araña los pantalones cuando tiene hambre, golpea la puerta cuando quiere salir urgente a mear al patio. Hoy se escapó en la noche, y no nos enteramos hasta que lo oímos gruñir a Juanito, el que, dicho sea de paso, se muere de la risa de los desplantes de Ernesto. Pero también lo delata su saludo: viene corriendo a toda velocidad hacia mí y me salta encima, llorando. Eso quiere decir que viene de lejos! Pero él está tan emocionado y contento de verme, que se olvida de fingir que nunca ha salido de casa. Cuando se acuerda, ya es demasiado tarde.
Quedo debiendo los capítulos sobre Juanito y Amada.
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